Pedro Arenas Rincón - Bristol, 28 de noviembre de 2010
“Todos los pueblos dependientes tienen el derecho de libre determinación, determinan libremente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural.” Así reza uno de los apartados del Acta de Descolonización creado en 1961; y esta es la principal reivindicación del pueblo mapuche, por la que lleva luchando más de 150 años, desde que su territorio fue ilegítimamente ocupado por los estados de Chile y Argentina. Autodeterminación es un derecho inalienable de los pueblos y si de algo podemos estar seguro es de la condición de pueblo de la Nación Mapuche. Soberanía y autodeterminación son las principales reivindicaciones políticas de este pueblo ancestral.
Los mapuches, a ojos de un español, sólo son un pueblo indígena con fama de guerrero y violento que no pudimos someter en tiempos de la conquista de América. Pero si nos acercamos con una perspectiva más amplia a la cultura, la historia y la idiosincrasia de este pueblo milenario, encontraremos una larga lucha por el reconocimiento de sus derechos y una apasionante historia salpicada de relatos llenos de épica, de personajes de leyenda y de resistencia anticolonial que han convertido a este pueblo indígena en paradigma de la lucha por la supervivencia de las naciones indígenas, herederos de una cultura milenaria que sobrevive hasta nuestros tiempos.
Los mapuches son un pueblo que forjó su propia identidad durante más de 300 años de resistencia ante los españoles. Luego siguieron luchando tras una segunda ocupación de los estados recientemente descolonizados de Chile y Argentina. La mapuche es una cultura milenaria, basada en una estrecha relación con el mapu (tierra), que desde hace siglos ha habitado con sostenibilidad amplios territorios en la punta del cono sur de Sudamérica. Sin embargo, la historia mapuche tiene un elemento trágico, que seguramente comparte con otras naciones indígenas de América, las cuales fueron llevadas, mediante la usurpación de territorios y la subyugación, hasta la mínima expresión de su propia cultura, condenadas a vivir en la pobreza y la marginación, o cuando no, directamente exterminadas. Sin embargo, este pueblo es guerrero, orgulloso de su cultura y origen, a los que no es fácil vencerles, como lo prueba su larga resistencia anticolonial (seguramente, Valdivia, todo un capitán general español forjado en las batallas de Flandes y Pavía, nunca imaginó la feroz resistencia que encontraría en los territorios mapuches, finalmente fue vencido y ejecutado por el toki mapuche Lautaro).
Ante la imposibilidad de doblegarlos, la Corona de España reconoció su soberanía, acordó los límites fronterizos e hizo una serie de tratados por los cuales, entre otras cosas, podía utilizar comercialmente varios enclaves marítimos del territorio mapuche. Es reseñable destacar que este acuerdo, conocido como el Tratado de Quilín, supuso que su territorio pasó a ser, legalmente, la primera nación soberana de todo el continente americano.
No obstante, el verdadero problema para los mapuches, y el origen del actual conflicto que se vive en el Wallmapu, vino tras las independencias de Chile y Argentina. Pese a que los gobiernos de los dos nuevos estados hicieron varios tratados con la Nación Mapuche, lo que representó un reconocimiento explícito de su soberanía, e incluso fortificaron las fronteras, lo que supuso un reconocimiento de la extraterritorialidad de la Nación Mapuche, los dos países, en la segunda mitad del siglo XIX, concertaron un asalto brutal a la Nación Mapuche para apoderarse de sus recursos y de sus riquezas naturales, y para poblar sus territorios con colonos europeos. Todo ello fue llevado a cabo mediante una campaña de exterminio sobre la población indígena de la zona, a la que los políticos chilenos y argentinos habían reducido a la significación de la nada, ya que consideraban a los territorios al sur del río Bio Bio como despoblados.
Chile puso en marcha lo que llamó “Pacificación de Araucanía”, un invento de los políticos de la época para invadir un territorio soberano que no les pertenecía, y que sólo escondía las ansias de expansión y el hambre voraz de recursos de unas naciones sedientas de territorios y riquezas. Es irónico que se llamase pacificación a lo que en realidad fue una guerra de exterminio. Como tantas veces sucedió, y sucede, a lo largo de la historia, cuando unas naciones quieren apoderarse de los recursos de otras (véase Irak), la verdad suele disfrazarse de razones políticas falsas, de diverso índole, para cometer las más disímiles barbaridades. En este caso, la excusa de esta mal llamada “pacificación” era el supuesto conflicto entre los propios indígenas. La mentira estaba servida en bandeja de plata; esto sirvió de excusa para entrar a sangre y fuego en la Nación Mapuche y, aprovechando la superioridad armamentística de los ejércitos chilenos y argentinos, plagados de mercenarios europeos, fue llevada a cabo una campaña de exterminio que trajo consigo la muerte de miles de mapuches. Resistieron más de 15 años, a pesar de su inferioridad armamentística, pero a finales de 1881 los campos de sus territorios estaban sembrados con miles de muertos, mientras que los que sobrevivieron fueron condenados a la pobreza y a la marginación.
Los descendientes criollos de aquellos españoles que no pudieron someter a los mapuches, y que acababan de descolonizarse, se convertían esta vez, ellos mismos, en colonizadores, esto es, colonialismo sobre colonialismo, llevado a cabo por dos países con un deseo irrefrenable de expansión y de afianzar su identidad nacional. Finalmente esta invasión y su posterior colonización trajo consigo la usurpación de un territorio que durante miles de años fue habitado por los mapuches. La verdad es que de robar y de esquilmar territorios sabemos mucho los españoles, pero nuestros “queridos” descendientes criollos no se quedaron atrás; hay que reconocerlo, el discípulo superó al maestro. Tras las independencias de Chile y Argentina, los mapuches fueron salvajemente masacrados y sus tierras usurpadas y entregadas a unos pocos colonos que se enriquecieron a costa de la pobreza, el hambre y el sufrimiento de los pocos mapuches que no fueron exterminados, y que finalmente fueron desplazados a las zonas áridas e improductivas.
Dice el refrán que no hay mal que cien años dure, pero el conflicto mapuche se alarga ya por más de 150 años. Es en estos días se cumple precisamente el 150 aniversario de la declaración del Reino Constitucional de Araucanía y Patagonia, iniciativa tomada por los jefes mapuches como medio de reconocimiento internacional y como método para proteger su independencia ante la inminente llegada de la invasión chilena y argentina. No obstante, la situación no ha variado mucho; han cambiado los actores de esta larga historia de injusticias pero no la situación de indefensión que siguen padeciendo en sus comunidades. Hoy día, no solo no se les devuelve los territorios sino que además se les expulsa de los que ocupan por derecho. Son hostigados, con ánimo de minar su resistencia política, en sus propias comunidades, se producen allanamientos, persecución política y judicial y sus territorios siguen siendo esquilmados, esta vez no por los colonos procedentes de Europa, sino por sus descendientes, convertidos ahora en latifundistas, y por multinacionales internacionales que esquilman su territorio y que no entienden de otra cosa que no sean beneficios económicos. Son incapaces de entender, en toda su dimensión, la cultura de sostenibilidad y la relación espiritual de esta población indígena con su tierra.
Los mapuches aman profundamente la libertad, la independencia y, sobre todo el territorio en el que viven. Esta relación con su tierra es de una espiritualidad que probablemente se escapa de la comprensión de nosotros, los europeos, que vivimos en una sociedad basada en una economía de consumo sostenida sobre los hombros de la sobreexplotación de los recursos naturales del tercer mundo. Esta locura consumista contrasta frontalmente con la larga tradición de sostenibilidad que los mapuches han mantenido sobre su territorio ancestral. Empresas hidroeléctricas, madereras y de extracción de minerales, con la connivencia de la clase dirigente chilena, tan europeizada ella, están esquilmando el territorio mapuche e inundando zonas sagradas, como sucedió hace un tiempo con Endesa. En la actualidad, esas empresas son responsables directas de muchos de los problemas a los que tienen que hacer frente la población mapuche. Les expropian sus tierras para la explotación industrial, construyen embalses sobre terrenos sagrados y se les expulsa de las tierras que antaño les pertenecieron, y que hoy ocupan conforme al derecho tribal, mediante una fuerte represión ejercida por matones al servicio de los grandes latifundistas y por el aparato represor estatal que no vacila a la hora de usar la violencia para salvaguardar los intereses de las grandes compañías y latifundistas.
Dice la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas que la soberanía sobre las riquezas y recursos naturales debe ejercerse en interés del desarrollo y bienestar de dicho pueblo; si esto es así, ¿en qué beneficia a los mapuches la sobreexplotación de su territorio? ¿Los beneficios económicos de esta explotación repercuten sobre el interés de este pueblo o sobre los de los accionistas de las compañías? ¿Salieron ya los mapuches de la pobreza y la marginación gracias al usufructo de su territorio? ¿Saltan de alegría los mapuches cuando las acciones de Endesa suben en bolsa? Quizás el Sr. Piñera, y su gabinete de millonarios “europeos”, sean tan amables de contestar a estas preguntas.
También la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas dice que la explotación de tales recursos debe hacerse conforme a las reglas y condiciones de esos pueblos. Por supuesto, nadie espera ver a un mapuche sentado en el consejo de administración de Endesa, pero sí sería deseable que se contara con alguna representación suya para la toma de las decisiones que atañen a su territorio; porque si bien existe un derecho individual a existir, también lo existe colectivo. Ante la negativa de Piñera a escuchar sus reivindicaciones, este derecho se ha empezado a ejercer en las comunidades mediante la recuperación del territorio por la ocupación de fincas, lo cual es contestado desde el estado con una fuerte violencia y represión.
Por supuesto, tampoco nadie espera que al pueblo mapuche se le devuelva las decenas de millones de hectáreas que le robaron tras la invasión militar por parte de Chile y Argentina, pero sería de justicia que hubiera una reparación a este expolio histórico. Así mismo, también sería deseable que acabasen los allanamientos de las comunidades, las detenciones arbitrarias, los juicios simultáneos y la situación de indefensión jurídica que tiene como resultado el encarcelamiento injusto, y por largo tiempo, de los activistas mapuches a los que se le aplican la legislación antiterrorista promulgada durante la dictadura de Pinochet, por la cual acaban en la cárcel acusados de terrorismo por un estado que utiliza métodos, cuanto menos, poco ilícitos, y que tiene como objetivo aterrorizar a las comunidades en conflicto. ¿Cómo hay que llamarlo cuándo los que utilizan el terror acusan a otros de terrorismo? Quizás ignominia, la ignominia de un estado que cuenta entre sus fuerzas policiales con elementos descontrolados que aterrorizan las comunidades; asesinan por la espalda a manifestantes, matan rebaños de animales y apalean a ciudadanos que luchan por derechos básicos. Ignominia de un sistema basado en un status quo injusto, ejercido mediante políticas injustas que descansa sobre la base de las injusticias cometidas a finales del siglo XIX.
Aunque seguramente la peor de las injusticias cometida contra el pueblo mapuche es el estado de pobreza crónica que viene padeciendo desde finales del siglo XIX. No hay mejor política represora que mantener a un pueblo en la pobreza y el subdesarrollo; porque cuando la preocupación principal de un individuo es poner un plato de comida sobre la mesa, no hay tiempo para reclamar derechos históricos ni compensaciones por el expolio sufrido y mucho menos soberanía y autodeterminación. Esto es lo que Bengoa llamó “salvajismo civilizado”.
Sin embargo, el pueblo mapuche parece no haber caído nunca en la desesperación y en la desmoralización. Es como el ave Fénix, que siempre renace de sus cenizas; ni la colonización, ni las campañas de genocidio, ni las políticas de asimilación y subyugación han acabado con ellos en cinco siglos. Llevan sobreviviendo en la pobreza y en la marginación desde hace 150 años, y sin embargo, en la actualidad, el movimiento por la recuperación de la identidad mapuche emerge más fuerte que nunca. El pueblo mapuche es la gota malaya que no cesa, o cabría decir a partir de ahora - la gota mapuche que no cesa-. Esta descripción que de ellos hizo Fray Camilo Henríquez ilustra perfectamente este carácter de resistencia: “(el mapuche) rehúsa las cadenas, y anteponiendo todos los males posibles a la pérdida de su libertad, y sin intimidarse por la inferioridad e imperfección de sus armas, resiste, combate, triunfa a las veces; y cuando es vencido ni decae de ánimo, ni pierde la esperanza de vencer”.
Hoy en día, el movimiento mapuche por la recuperación de sus derechos se ejerce desde varios frentes. En primer lugar, es reseñable el mantenimiento en el exilio, durante todos estos 150 años, del Reino de Araucanía y Patagonia, con el príncipe Felipe al frente y con una serie de personas que trabajan cada día por el mantenimiento de este reino constitucional. Pero también el movimiento mapuche tiene su reflejo en la calle mediante la presión social en manifestaciones, huelgas y jornadas de lucha, en las universidades con jóvenes que estudian carreras superiores y que se sienten orgullosos de su identidad mapuche, o en las cárceles chilenas mediante huelgas de hambre. Así mismo, hay que destacar la participación en diversos organismos internacionales como la Declaración de la ONU de los Pueblos Indígenas, en la UEA o mediante la presentación de resoluciones en la Unión Europea.
García Márquez finalizó su gran obra maestra con la frase “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán otra oportunidad sobre la tierra”. La pregunta que queda en el aire es si los pueblos condenados a 150 años de injusticias e indefensión tendrán otra oportunidad sobre los territorios que legítimamente les pertenecen